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Julio Alan Lepez
Si bien la lectura de los textos que tejen las obras de Pablo es posible, el ojo se enfrenta en primer lugar con un vórtice de palabras que confunde y asombra
Esa ofuscación, claro, es buscada.
Nuestro mundo esta construido desde el lenguaje, en él nos definimos como seres, y las palabras son entonces, por decir así, nuestro mapa.
Sucede que aquí esa cartografía, muy hábilmente, ha sido transformada en laberinto.
Y nuestra ansiedad de orientación es la que queda atrapada en la red.
Algunos trabajos pueden verse como mapas de este dédalo, otros como simples fragmentos de él, pero todos cargan un aire arqueológico, un tinte de vestigio de un mundo extraño –y al mismo tiempo familiar-, habilitado por objetos triviales, por fin despojados de su cobertura.
Así, las palabras que usualmente nos guían son nuestra perdición: sus hilos nos inquietan, y no terminamos de saber si el texto forma el objeto, o si el objeto es el texto.
Y aunque el laberinto pueda resolverse, la metáfora se mantiene intacta.
Julio Alan Lepez 2010