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Juan Carlos Romero
Cuando el espectador se sitúa frente a una obra de Pablo Lehmann tiene un doble trabajo para sacar de allí el doble de placer.
La primera impresión esta dedicada a ver que hay una compleja red tallada en el papel.
Luego si se detiene irá descubriendo que esa red no es ni mas ni menos que textos para leer.
Pero cómo se hace para separar ambas acciones, la de mirar y la de leer o como se hace para subvertir la mirada a la lectura. Disyuntiva que tendrá que resolver cada uno.
Alguien se puede quedar absorto solo mirando las elaboradas tramas, que traen a la memoria las construcciones que surgen en el bosque como fruto del trabajo artesanal de algunos de sus habitantes o comenzar a descifrar el texto escondido.
Talla y graba el papel con la perfección y la obsesión de un joyero para que surjan esas difíciles y bellas formas, que además guardan, como un poético camuflaje, la palabra escrita.
Este artista ha logrado resolver el difícil desafío de vencer la resistencia del papel a ser manipulado en su esencia. Un desafío propio de la poesía visual que desde siempre esta poniendo en juego el carácter grafico de la letra. La letra, más allá de su significado semántico, hoy guarda en su forma la síntesis, que a través de los siglos y las constantes transformaciones, ha llegado a su estadio estético actual.
Pablo dibuja con el cortante con un repertorio donde las líneas están atravesadas y entrecruzadas por curvas, diagonales, triángulos, rectas que se cortan y superponen.
Unas veces simularan ser avenidas urbanas, huellas de caminos antiguos o estructuras arquitectónicas de ciudades fantásticas. Otras parecerán las cárceles de Piranessi, las imágenes de Metrópolis o nos llevaran a pensar en el manga japonés contemporáneo. Al final esta obra es en si misma, ya que las referencias solo sirven para meditar y poder afirmar, sin duda, que estamos ante un artista con un discurso original y poético.
Juan Carlos Romero
Bs. As. abril 2008