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Los senderos de la trama (2007)


Rodrigo Alonso

 

Para cualquier amante de la lectura, el libro es una fuente inagotable de sentidos, un tesoro significante que expande los confines del lenguaje, un mecanismo que revela los universos erigidos por el poder de las palabras. Para Pablo Lehmann, el libro es, además, una factoría de imágenes, de formas ocultas, de infinitas posibilidades plásticas.

Prolongando el camino iniciado por Stephan Mallarmé, Lehmann multiplica la potencialidad visual de las páginas, aunque su investigación no se orienta ya a la relación entre la palabra y el espacio que la contiene, sino a la relación de éstos con la propia materialidad del libro. Así, el artista afianza la presencia concreta del soporte frente a la fuerza alusiva del texto que insiste en negar su realidad.

Su método de trabajo no procede por adición sino por extracción. En lugar de componer, revela lo que ya estaba allí, latente en cada página. Los recortes hieren la hoja de papel, pero sólo para sacudirla de su condena a la funcionalidad literaria y aventurarla por los senderos del mundo tridimensional.

La operación artística es, de esta manera, una paciente labor de reciclaje y resignificación. A veces lo que se resignifica es el texto, incorporado inteligentemente al bricolaje; en otras ocasiones, las marcas que el paso del tiempo ha dejado sobre el papel aportan a la obra toda su carga semántica.

Cada elemento juega con las cuidadas tramas que resuelven la estructura final de cada pieza. Por momentos, el texto guía esas estructuras, aportando su rigidez ortogonal, pero otras veces los recortes siguen un camino propio que desafía a las palabras; en esos casos, la página cede, poniendo en evidencia la fragilidad sobre la que se sustenta la escritura, la precariedad consustancial al orden del lenguaje.

Algunas obras respetan los límites del soporte sobre el que se despliegan, pero en otras las hojas se desflecan, se disuelven, se enmarañan, se pierden, se interrumpen abruptamente. Esa fuga en la bidimensionalidad del plano se completa con una fuga en profundidad, producida por las sombras del papel sobre la superficie que lo contiene, por lo general, la pared de la sala donde se exhiben.

Insistentemente, el artista juega con los límites y su transgresión, con el orden y sus flaquezas. Las formas pueden seguir una geometría estricta pero también adoptar un comportamiento caprichoso, inexplicable, casi informal, pudiendo incluso liberarse de los patrones que al principio parecían haberlas traído a la vida.

Importan las relaciones entre las páginas y sus vacíos, físicos y conceptuales; los agujeros, las transparencias, los inesperados remolinos. En las manos del artista, los libros encuentran un nuevo destino, un camino todavía por recorrer, luego de haber servido a las exigencias literarias. Un camino que, aunque no se ajuste al lenguaje, no deja de suscitar nuevos placeres, nuevos tránsitos intelectuales, nuevas lecturas.