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Guillermo Cesar Sagarna
Pablo Lehmann nos invita a dejar de lado la crítica que sondea en la producción buscando un sentido para ubicarnos en el espacio tridimensional de la palabra arrancada de su linealidad, antes de todo contenido. Nos permite ver el enigma de su nacimiento que hace de la forma un juego esencial. El texto tiene su lugar más allá de la consistencia discursiva, precisamente como signo, en su valor de ser algo que representa algo para alguien. Representación que me lleva a soñar con los misterios de una civilización perdida hallados en excavaciones arqueológicas exhibidos sin explicación alguna.
Desafío para el pensamiento que se ubica en espejo ante la obra. Es el modo en que se organiza el pensamiento humano fuera de la percepción habitual que tenemos de él.
Roberto Juarroz dice: “…no podemos saber del todo que es el pensamiento, qué somos, porque no podemos saber, del todo que es el no pensamiento, que no somos…”. Por lo mismo se intenta mostrar aquello que lo cotidiano pasa por alto, que nos define como siendo a partir de todo lo que no somos, vale decir, por exclusión y selección frente a un todo posible.
Otro aspecto atrapante de la obra de Pablo es la focalización en el vacío, porque allí donde el pintor enfrenta la tela en blanco y el escultor la masa amorfa como punto de angustia, pablo des-troza el discurso, lo agujerea, lo corroe, dejando al descubierto que esa ausencia, ese blanco tiene función activa de generar el arribo de algo nuevo. Al meterse con lo que otros evaden, al calar en la totalidad coherente de un texto o tejido, hace surgir la dimensión de otra trama, hecha de jirones, de hilachas que otros descartarían, al tiempo que nos provoca a reunirnos en otro punto, aquel que Juarroz describe así: “…a veces uno cree que es el centro de la fiesta, pero en el centro de la fiesta no hay nadie, en el centro de la fiesta está el vacío, pero en el centro del vacío hay otra fiesta…”